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  • La hora de la estrella, 1977

    Clarice Lispector

    Brasil

    ¿Por qué la elección?

    En El hombre sin atributos, Robert Musil deja un retrato duradero: Ulrich es un individuo separado de la realidad, desubicado, sin méritos sociales ni individuales, sin capacidad productiva; un ser que no aporta y, por lo tanto, que no sirve. En breve, el retrato de Ulrich es el de una persona sin valor. Era 1930 y, con la descripción de este personaje de fuera del mundo, Musil producía una penetrante crítica a Occidente, a la modernidad tardía y al capitalismo.

    Cuarenta y siete años después, en 1977, en La hora de la estrella, Clarice Lispector completa un retrato no menos perdurable: el de Macabéa, una mujer sin atributos. También ella está separada de la realidad, despojada y desintegrada, no tiene méritos ni valor personal o social; Macabéa es, como Ulrich, un ser inservible. Pero lo es por razones diferentes y, con su creación, Lispector parece tener una pretensión del todo distinta a la de Musil. “Es mi obligación contar sobre esa muchacha, entre miles de ellas”, dice Lispector. Así, menos abstracta y conceptual, La hora de la estrella pertenece a otro universo, al universo de la pobreza del noreste brasilero, rural y desigual, y al universo de las mujeres; de la violencia naturalizada y de las exigencias incuestionadas que las acompañan, de sus múltiples carencias. En especial, de la carencia de voz.

    Macabéa se instala en Río de Janeiro después de haber vivido una infancia privada de todo. Tiene un trabajo de dactilógrafa que no realiza bien, está desnutrida, no entiende el mundo en el que vive, entra y sale de su única relación sin sentirse afectada, le gusta el cine y escuchar la radio. No mucho más. Esta vida, escueta, es contada por un narrador (masculino) que además de comunicar la experiencia de escribir, se manifiesta interesado en comprender la sensibilidad y el mundo interior de este ser marginal y sin atributos.

    La falta de atributos del hombre de Musil se opone al andamiaje del mundo; la falta de atributos de la mujer de Lispector a la fragilidad de la vida. “Cuiden de ella porque mi poder consiste solo en mostrarla para que ustedes la reconozcan en la calle, andando levemente a causa de su flacura revoloteante”, dice Lispector. Entendido: cómo no reconocer ahora a Macabéa en cada vida desnuda y despojada.

    Ficha técnica

    “Salió de la casa de la cartomante tambaleándose y se detuvo en el callejón oscurecido por el crepúsculo; el crepúsculo que es la hora de nadie. Pero ella estaba allí, con sus ojos ofuscados, como si el instante último de la tarde fuese una mancha de sangre y de oro casi negro. Toda esa riqueza del ambiente la recibió con la primera mueca de la noche que, sí, sí, era honda y opulenta. Macabea permaneció quieta y aturdida, sin saber si atravesaría la calle, pues su vida ya había cambiado. Y había cambiado por las palabras: desde los tiempos de Moisés se sabe que la palabra es divina. Aun para atravesar la calle era ya otra persona. Una persona grávida de futuro. Sentía en sí una esperanza tan violenta como nunca lo fuese la desesperación que no sintió. Si ella ya no era ella misma, eso constituía una pérdida que era una ganancia. Así como existía la sentencia de muerte, la cartomante le había dictado sentencia de vida.”

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