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  • Beirut 75, 1975

    Ghada Sammán

    Siria-Líbano

    ¿Por qué la elección?

    Un taxi con un aspecto sospechosamente similar a un carro mortuorio va recogiendo pasajeros por la ruta que lleva de Damasco a Beirut, ciudad cosmopolita del Oriente Medio, bastión de la ocupación francesa de la primera mitad del siglo XX y escenario principal de una guerra civil que, para el momento en que Ghada Sammán (1942) escribió Beirut 75, no había estallado aún en el Líbano. Estallaría cinco meses después y duraría más de quince años. Así, el símbolo del carro, que opera como anticipación del destino de sus pasajeros, encuentra un extraño reflejo en el carácter premonitorio que terminó adquiriendo la obra más conocida de esta autora, ícono de la segunda ola de la literatura feminista árabe.

    Los cinco pasajeros, extraños entre sí, que llegan en el mismo vehículo a la capital libanesa pertenecen a las capas más desposeídas de las muy estratificadas sociedades poscoloniales del Oriente Medio: Farah, hombre joven que huye de la pobreza de la periferia rural de Damasco; Abul Mulá, celador nocturno de los tesoros arqueológicos libaneses expoliados por las potencias coloniales; Abu Mustafa, viejo pescador y padre del futuro líder de una de las huelgas que dan pie a la guerra civil; Taán, otro joven que huye, pero de una absurda venganza de sangre entre clanes en la que no tiene nada que ver; y Yasmina, que abandona Siria con la esperanza de abrirse al mundo y disfrutar de una libertad sexual que le fue negada. Todos son irredimibles por virtud de su desposeimiento.

    El hecho de que Yasmina sea la única mujer del grupo hace más significativo el argumento de su vida en Beirut, pues sobre ella recaen casi todas las violencias machistas de las que son objeto las mujeres en sociedades profundamente patriarcales, y su brutal feminicidio en nombre del honor familiar instala una pregunta que resuena con más fuerza que ninguna otra en la novela.

    Ficha técnica

    “Durante veintisiete años estuve privada de ese inmenso placer y ahora he caído en la perversión, me he consagrado a la cama con el deseo de todas las mujeres árabes enclaustradas desde hace más de mil años corriendo por mi sangre. (…) Cuando me recluyeron en la celda de las tradiciones, se olvidaron de que con ello me despojaban de mi capacidad de resistir.”

    […]

    “Si hubiera conocido a otro hombre antes que a Nimr…, si le hubieran permitido a mi cuerpo en Damasco, tener relaciones normales, ¿me encontraría ahora tan perdida, tan extraviada?”

    […]

    “—¿El matrimonio? ¡Estás loca…! ¿Crees que puedo casarme con una mujer que se me ha entregado antes de casarnos?”

    […]

    “Media hora después, su hermano entraba en la comisaría más cercana portando un cubo cubierto con un periódico. Se sentó frente al oficial de guardia, retiró el periódico del cubo y extrajo la cabeza cortada de su hermana, que todavía sangraba, y dijo con una marcada voz varonil:
    —He matado a mi hermana en defensa de mi honor. Quiero confesarlo todo.”

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