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  • Buenos días, tristeza, 1954

    Françoise Sagan

    Francia

    ¿Por qué la elección?

    El fenómeno literario que supuso la publicación de Buenos días, tristeza cuando su autora, la francesa Françoise Sagan (1935-2004), no alcanzaba aún los 20 años de edad, sin duda tuvo mucho que ver con el corsé de “niña terrible” que la industria le confeccionó y al cual ella se supo ajustar; mismo que, a su vez, influyó en el caótico desarrollo de su adultez, tal como sucedió con su querido amigo Truman Capote. Por lo demás, ambos encarnaron el advenimiento de una nueva literatura a mediados del siglo XX, pues sus narrativas se alejaban del modelo de los escritores bohemios y viriles de entreguerras y ponían en primer renglón otras sensibilidades –más cercanas a la experiencia femenina y a las disidencias de género– con novelas de iniciación de asombrosa factura e innegable atractivo para un público joven, en un tiempo en que “lo juvenil” se definía cada vez mejor como segmento del mercado.

    Sagan nos ofrece, pues, la historia de Cécile, una adolescente ávida de goce e irresponsabilidad que comparte su vida con su padre, viudo cuarentón, acaudalado y mujeriego, principal referente del mundo adulto –o, en cualquier caso, el referente más atractivo– para esta joven, por oposición a las monjas del internado al que asistió y de Anne, su tutora tras la muerte de su madre, quien luego se enamora de su padre al punto de que éste, aventurero empedernido, se decide a casarse con ella.

    La violenta reacción de Cécile ante el compromiso de su padre la lleva a actuar de manera errática entre la animadversión hacia Anne y una inusitada introspección sobre su propia feminidad: de pronto, la figura idealizada del padre se derrumba y aparece ante ella el rostro de una mujer honesta, delicada y valiente, dispuesta a hacerse vulnerable por amor; un rostro ante el cual Cécile no puede sentir más que una profunda empatía. Surge tarde una identificación con Anne, que riñe con el impulso de destruirla al cual cede a su pesar la joven, inaugurando al final la tristeza a la que alude el título.

    Ficha técnica

    “Rechazaba por sistema las nociones de fidelidad, de seriedad, de compromiso. Me explicó que eran arbitrarias, estériles. En otra persona tales opiniones me hubieran desagradado. Pero sabía que, en su caso, ello no excluía ni la ternura ni la devoción, sentimientos a los que se entregaba con mayor facilidad de la que quisiera, máxime por estimarlos provisionales. Ese concepto de las cosas me seducía: amores rápidos, violentos y pasajeros. A mi edad no seduce mucho la fidelidad.”

    […]

    “La espontaneidad y un egoísmo fácil habían sido siempre para mí un lujo natural. Me habían acompañado siempre. Y de repente aquellos pocos días me alteraron lo bastante como para obligarme a meditar, a poner atención en mi vivir. Sufría todos los horrores de la introspección sin, por ello, reconciliarme conmigo misma. «Ese sentimiento hacia Anne», pensaba, «es estúpido y miserable, y el deseo de apartarla de mi padre, feroz». Pero ¿por qué juzgarme así? Siendo sencillamente yo, no era libre de calibrar lo que ocurría. Por primera vez en mi vida ese «yo» parecía dividirse y el descubrimiento de semejante dualidad me sorprendía enormemente.”

    […]

    “Entonces comprendí bruscamente que había dirigido mis ataques contra un ser vivo y no contra un ente. Había debido de ser una niña, un poco silenciosa sin duda, luego una adolescente y una mujer. Tenía cuarenta años, estaba sola, amaba a un hombre y esperaba ser feliz con él diez años, quizá veinte. Y yo… aquel rostro, aquel rostro era obra mía.”

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