
Casas vacías, 2020
Brenda Navarro
México
¿Por qué la elección?
Al improbable rasero de una maternidad totalmente deseada y satisfecha por completo en sus expectativas, sin miedos, sin sobresaltos, sin bordes filosos, la mexicana Brenda Navarro (1982) opone en Casas vacías dos casos límites que dinamitan ese ideal absurdo y que, como espejos siniestros, se reflejan uno a otro en sus más ostensibles contradicciones, acentuando el hecho de que, si bien toda maternidad es un abismo, la desigualdad, la misoginia y el racismo conspiran siempre, en cualquier caso, para convertirla en un verdadero infierno.
Primer caso: una mujer blanca de clase alta que vive su embarazo como un suplicio y que, tras dar a luz, rechaza al niño autista que ha engendrado, descubre, después de perderlo, que no hay forma de hacerse “amátrida” ni de desandar el camino, que la maternidad es para siempre después de que se ha parido. Segundo caso: una mujer pobre y de tez oscura que, a pesar de sufrir todas las violencias y humillaciones posibles por parte de su pareja, su entorno y su propia madre, desea con todas sus fuerzas tener un hijo y dar amor, hasta que ese deseo incontenible e irracional la lleva a raptar un niño que no es suyo y que trae consigo el sino de la desgracia. El niño es el mismo en ambos casos, y para las dos mujeres es igual de ominosa su existencia y su desaparición, pues no hay manera de deshacer el hecho de haber sido alguna vez la madre de otra persona.
Con una prosa desprovista de sofisticaciones, con dos voces plenamente diferenciadas que, además, denotan la brecha social que las distancia, Navarro crea un universo precario y radicalmente ambiguo, donde ninguna cosa, ningún hecho, ninguna persona tiene un solo valor, donde se cuestiona todo lo que se considera evidente sobre la maternidad, y donde la única ley inapelable es la del patriarcado que dispone de los cuerpos de las mujeres como recipientes vacíos (aquí las madres no tienen nombre, sólo son las madres de alguien) para la procreación, de la cual los hombres salen siempre incólumes.
Ficha técnica
“No parir, no engendrar, no dar pie a las células que crean la existencia. No ser vida, no ser fuente, no dejar que el mito de la maternidad se prolongara en mí. (…) No parir, porque después de que nacen, la maternidad es para siempre.”
[…]
“Por un lado te dicen que le eches ganas, que mejores la raza, que no te quedes pobre, pero si le buscas, te dicen arribista, pinche arribista que te avergüenzas de los tuyos, pero si te quedas en donde dicen que es tu lugar, pues entonces que luego luego se te nota lo india, lo verdulera, lo totonaca. Y si sí es cierto que estás morena, pues ya te chingaste, te quedas abajo, para que te pisoteen, ésa es la ley de la vida.”
[…]
“Era precioso dormido. Poco a poco empecé a resignarme a esa clase de belleza y también al hecho de que yo no iba a ser madre de nadie, que nomás iba a ser la cuidadora de todos los hombres de mi vida.”
[…]
“Quince horas antes de que naciera Daniel empecé a sentir cómo su cuerpo se preparaba para desgajarme: una especie de vibración que iniciaba en la espalda baja para concentrarse en el hueso ilíaco. No hubo nada de romántico en ello. Daniel el epicentro y yo la consecuencia. Temblores, escalofríos y Fran diciéndome que lo hacía bien. Quince horas de un querer que acabe todo y que no empiece la siguiente etapa. Siempre tuve miedo de Daniel. Hay que ser demasiado inconsciente para no tenerle miedo a una nueva vida.”