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  • Deseo, 1989

    Elfriede Jelinek

    Austria

    ¿Por qué la elección?

    Pocas veces la literatura ha conseguido iluminar las habitaciones oscuras donde los fríos valores del Mercado –que todo lo coopta– hacen presa de los cuerpos y de las relaciones entre ellos como en la obra de la austríaca Elfriede Jelinek (1946); al menos, pocas veces se ha logrado esta proeza con una voz tan cruda, violenta, combativa y radicalmente femenina, que además goce con ironía del favor de la crítica y de la industria editorial. Por lo demás, de entre todos los libros de esta Nobel europea, Deseo es, tal vez, el que explora con mayor brutalidad aquellas relaciones entre poder y sexo, entre capitalismo y patriarcado, tomando como modelo las formas vacías e hipócritas de una burguesía agraria anquilosada en la nostalgia de su extinto imperio, molde dudoso de las cumbres del arte europeo.

    Así, pues, los protagonistas de Deseo no podían resultar más arquetípicos: un hombre, del cual nunca conocemos el nombre, director de una fábrica de papel que absorbe toda la vida económica de un pueblo de los Alpes, conductor del coro de los obreros de esa misma fábrica, violinista aficionado; y su esposa Gerti, absolutamente dependiente de su marido, sin más obligación que la de actuar como esposa y madre bajo los rígidos parámetros de una sociedad basada en la explotación.

    Jelinek se pregunta por el papel del deseo y la sexualidad en las capas altas de la sociedad europea, y como respuesta ofrece una novela intolerablemente cruel, donde se comprueba que incluso lenguaje disponible para el erotismo hace rato que se reduce al dominio de una pornografía esencialmente masculina, fálica, sádica, repetitiva e indiferente, que refuerza hasta el cansancio la noción patriarcal de la familia burguesa, cuyo principal cimiento es la premisa de que las mujeres y los hijos pertenecen a los hombres, y que incluso el hombre que no tiene nada tiene al menos una mujer a la cual poseer con violencia. Bajo el imperio de la propiedad, pues, el deseo se encuentra inextricablemente unido al patrimonio.

    Ficha técnica

    “Las mujeres, alimentadas con esperanzas, viven del recuerdo, los hombres, en cambio, del instante, que les pertenece y, cuidado con mimo, se puede descomponer en un montoncillo de tiempo que también les pertenece.”

    […]

    “La familia, ese buitre, se considera a sí misma un animal doméstico.”

    […]

    “Qué a gusto habita la propiedad en nosotros. No puede asentarse en mejor sitio que bajo nuestras partes sexuales, que gimen como las rocas sobre la corriente.”

    […]

    “Ella está bajo la protección del sagrado nombre de su familia, y bajo el paraguas de sus cuentas, de las que él le informa regularmente. Ella debe saber lo que tiene. Y viceversa él sabe de su jardín que, siempre abierto, es magníficamente adecuado para hozar y gruñir como un cerdo. Lo que es de uno hay que utilizarlo, ¿para qué lo tenemos si no?”

    […]

    “Quien tiene una pequeña explotación en casa, es el primero en huir de la fábrica, y en casa hace a la mujer la mayor explotación.”

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