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  • Doctor Glas, 1905

    Hjalmar Söderberg

    Suecia

    ¿Por qué la elección?

    Novela capital del modernismo escandinavo; temprana y –hasta hace poco– inadvertida precursora de las narraciones literarias más revolucionarias del siglo XX en Europa; especie de destello vidente y provocador. La historia del Doctor Glas, el antihéroe ilustrado creado por Hjalmar Söderberg (1869-1941) –sin duda la figura más descollante de la literatura sueca junto con August Strindberg– supuso en su momento un éxito editorial a nivel local que, no obstante, vio cortada su carrera por el escándalo moralista y pacato que despertó su tratamiento desapasionado del sexo y la muerte, y sobre todo su postura crítica en torno a los derechos y la autonomía de las mujeres.

    En cualquier caso, el doctor Tyko Glas no es ningún adalid de la igualdad de género. Cuando mucho, es un hombre eminentemente práctico, racional al límite del cinismo, capaz de inferir –al menos en su fuero interno– las contradicciones que delatan la hipocresía y la terrible desigualdad de una sociedad que mantiene a las mujeres como ciudadanas de segunda clase, desposeídas de su propio cuerpo y de las decisiones más cruciales sobre el mismo. En últimas, las “escandalosas” posiciones de Glas sobre el aborto, el trabajo sexual, la eutanasia, la religión y el matrimonio no pasan de ser cavilaciones de un flaneur que leyó con avidez a Nietzsche y Kierkegaard, y que, desde una privilegiada distancia, puede diseminar con sorna la injusticia. Misma distancia desde la cual vive un enamoramiento platónico por Helga, la esposa del siniestro pastor Gregorius, que acude a él para que, mediante un ardid médico, la ayude a proteger su cuerpo de los “derechos” que invoca su marido sobre ella, y así disfrutar de su relación secreta con su amante (que no es Glas, por supuesto).

    El personaje que construye Söderberg condensa, pues, el espíritu de una sociedad que enarbola la supremacía de la razón al mismo tiempo que defiende con ahínco la irracionalidad del privilegio, sobre todo del que detentan los hombres sobre las mujeres.

    Ficha técnica

    “De modo que aquello era el primogénito. Era él a quien ella tenía en su corazón aquella vez. La semilla de la cual, de rodillas, me suplicó que la librara; y yo me negué, oponiéndole el deber profesional. Vida, no te comprendo…

    Al fin, parece ser que la muerte quería apiadarse de él, de ellos, y sacarlo de la vida en la que nunca hubiera debido entrar. Pero no será así. Nada desean con más fervor que verse libres de él, es imposible que piensen de otro modo, pero la profunda cobardía de su corazón los obliga a llamarme, a mí, el médico, para que aleje a la buena y compasiva muerte, y conserve aquella pobre malformación con vida. Y yo, el gran cobarde, cumplo con «mi deber», y hago ahora lo mismo que hice entonces. (…)

    Tiene exactamente los mismos ojos con que el mundo miraba a su madre cuando estaba encinta de él. Y el mundo la engañó persuadiéndola a contemplarse con los mismos ojos a ella misma, lo que ella había hecho. (…)
    Vida, no te comprendo.”

    […]

    “Ella es su esposa y él es su marido. Todo le da razón a él: el mundo, Dios, su propia conciencia. Naturalmente, el amor es para él lo mismo que era para Lutero: una necesidad natural, algo que su Dios le otorgó de una vez y para siempre el permiso para satisfacer, precisamente, con esa mujer. Y aunque ella responda a su apetencia con frialdad y repugnancia, no lo hará dudar ni por un instante de sus «derechos». (…) Incluso a él no le parece bien referirse a esas cosas en términos de placer: prefiere llamarlo el «deber» o la «voluntad de Dios»…”

    […]

    “–Pero en los últimos tiempos he llegado a descubrir en mí misma mucho más que en toda mi vida anterior. Ahora conozco mi cuerpo. Conozco y comprendo que lo que yo soy es mi cuerpo. No hay ninguna alegría ni pena ni vida que no me llegue a través del cuerpo.”

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