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  • La hija del optimista, 1972

    Eudora Welty

    Estados Unidos

    ¿Por qué la elección?

    El amplio espectro de la narrativa sureña estadounidense encuentra en Eudora Welty (1909-2001) una condensación elemental, una poética leve que cubre la complejidad humana con una pátina de indecisa sencillez. Discípula avezada de la generación que despuntó en la Gran Depresión, su carrera como cuentista, novelista y fotógrafa gozó de un ritmo pausado a lo largo de cinco décadas; en este sentido, su obra es también un testimonio de los profundos cambios que atravesó una de las regiones más conflictivas de Estados Unidos durante el segundo tercio del siglo XX.

    Sobre todo en sus textos de madurez, Welty da cuenta de un mundo anquilosado, virtualmente extinto, del cual dan fe sus últimos testigos: hombres y mujeres de la vieja aristocracia sureña –o incautos servidores de la misma–, portadores de valores retrógrados que, no obstante, sobreviven parapetados tras costumbres que disimulan la desigualdad con formas pastoriles y románticas. Así ocurre, por ejemplo, en la novela más conocida de la autora, La hija del optimista, donde una mujer de mediana edad, viuda e independiente, sufre la muerte de su padre al mismo tiempo que se enfrenta a los intereses de su joven viuda y a los comentarios de sus vecinos. Tras una turbulenta reflexión, Laurel comprende que con su padre también se va el último eslabón que la ataba a ese sur anacrónico, donde la cortesía y la hipocresía son indiscernibles.

    Educada en nociones románticas sobre los vínculos filiales y amorosos, Laurel confronta durante el duelo la imagen idealizada de sus padres y la idea del amor como refugio y protección, pues ya la vida le ha enseñado que, frente a la inminencia de la muerte, nadie puede salvar a nadie ni salvarse de los demás. Los cuidados inútiles que prodiga a su padre le recuerdan el desesperante optimismo con que él mismo intentó salvar a su madre años atrás, y en esa identificación es capaz, al fin, de perdonar y soltar, buscando honrar de la manera más honesta el recuerdo de un hombre frágil y contradictorio.

    Ficha técnica

    “«Qué cargas imponemos a los moribundos», pensó Laurel ahora, mientras escuchaba cómo se derramaba la lluvia sobre el tejado: «Intentamos hallar alguna cosita que nos pueda consolar cuando ellos ya no están… Algo que resulta tan difícil de conservar como de hallar: la durabilidad de los recuerdos, la prevención contra el daño que nos puedan hacer, la autosuficiencia, los buenos deseos, la confianza en los demás.»”

    […]

    “Ella fue educada en esa clase de timidez que encuentra su razón de ser en dar protección a los demás. Hasta que conoció a Phil, Laurel pensaba en el amor como en un refugio; sus brazos se abrían como en un ingenuo ofrecimiento de seguridad. Phil le había mostrado que no tenía por qué ser así. La protección de los demás, como la autoprotección, se desprendió der ella como si fuera una piel que se muda entera, o como un anacronismo tontamente conservado desde la infancia.”

    […]

    “«Pero es razonable que tengamos que cargar con la culpa de sobrevivir a aquellos que amamos», pensó. Lo mínimo que podemos hacer por ellos es sobrevivir. La idea de morir no es más extraña que la de vivir. Pero sobrevivir a alguien es quizás la idea más extraña de todas.”

    […]

    ““El recuerdo nunca será insensible. Al recuerdo sí se le pueden infligir heridas, una y otra vez. En ello puede residir su victoria final. Pero del mismo modo que el recuerdo es vulnerable en el presente, también vive en nosotros, y mientras vive, y mientras tengamos fuerzas, podremos honrarlo y darle el trato que merece. (…) Los recuerdos no viven en un objeto concreto, sino en las manos libres, perdonadas y liberadas, y en el corazón que puede vaciarse y llenarse de nuevo; en los motivos renovados por los sueños.”

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