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  • La retornada, 2017

    Donatella Di Pietrantonio

    Italia

    ¿Por qué la elección?

    Como en un buen suspenso, La retornada, de Donatella Di Pietrantonio (1962), se guarda para el final el gesto que, de manera imperceptible pero contundente, revelará la causa del drama y su responsable. En unas pocas páginas, todo el relato que giraba alrededor de la desolación que deja en una vida el rechazo de una madre, es desplazado para quedar envuelto en su razón inherente.

    La narradora, quien tal vez como resultado de la historia que relata no tiene nombre, reconstruye, veinte años más tarde, el período que se inicia cuando a sus trece años es devuelta por su familia adoptiva a su familia biológica. El impacto psicológico de esta doble orfandad es agravado por las condiciones socioeconómicas de su nueva –aunque original– familia: la pobreza y la precariedad en la que viven hacen que además del abandono emocional, la protagonista viva un desclasamiento radical.

    La caída y el desconsuelo de esta niña, sin embargo, se ven mitigados por la compensación que aseguran los afectos electivos. El tiempo y la distancia dotan la narración del equilibrio y la lucidez necesarias para comprender los hechos y las intenciones humanas que esconden. Así, en un balance final, cuyo sentido deberá ser completado por quien lee la historia, La retornada no solo subraya la salvación que ofrece la complicidad con otro ser humano, sino que pone en el centro del relato, como elucidación final, la verdadera cuestión femenina: esa que poco tiene que ver con la maternidad y mucho con la subordinación.

    Ficha técnica

    “Con el tiempo perdí también aquella idea confusa de normalidad y hoy ignoro de verdad qué lugar es una madre. Me falta como puede faltarme la salud, un cobijo, una certeza. Es un vacío persistente, que conozco pero no supero. Me da vueltas la cabeza si miro dentro. Un paisaje desolado que de noche me quita el sueño y fabrica pesadillas en el poco que me deja. La única madre que nunca he perdido es la de mis miedos”.

    […]

    “Nos paramos la una frente a la otra, tan solas y cercanas, yo sumergida hasta el pecho y ella hasta el cuello. Mi hermana. Como una flor improbable, crecida en un pequeño terrón pegado a la roca. De ella aprendí la resistencia. Ahora nos parecemos menos en las facciones, pero es igual el sentido que encontramos en ese estar arrojadas al mundo. Nos salvamos con la complicidad.”

    “Nos mirábamos por encima de la agitación ligera de la superficie, los reflejos cegadores del sol. Detrás de nosotras el límite de aguas seguras. Entronando un poco los párpados la hice prisionera entre las pestañas.”

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