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  • Las confesiones, 1992

    Luisa Josefina Hernández

    México

    ¿Por qué la elección?

    La dramaturga y novelista mexicana Luisa Josefina Hernández (1928-2023) es un ejemplar notable de aquella especie rara de las “primeras mujeres” en las artes latinoamericanas: en cada ciudad de cada país de este continente, siempre hay una primera graduada de literatura o artes plásticas; una primera mujer en ganar tal o cual premio, o tal o cual plaza docente; una primera directora de cine, de teatro; en fin… Hernández, por su parte, fue la primera mujer en obtener una beca del Centro Mexicano de Escritores, a comienzos de la década de los cincuenta, compartiendo el mérito con Juan Rulfo y un año antes que su querido amigo y compañero de clase Jorge Ibargüengoitia, quien siempre parecía rezagado con respecto a Luisa Josefina.

    Precisamente, la compleja mezcla de afecto y recelo, de admiración mutua y competencia intelectual, de atracción y repelencia que marcó la amistad entre estos dos jóvenes dramaturgos durante su época universitaria, constituye el insumo principal para la novela Las confesiones, que Hernández escribió en 1992 y que sólo se atrevió a publicar tres décadas después, poco antes de su fallecimiento. Escrita en clave de ficción, allí se retrata con profundidad e ironía la decadencia de las élites criollas porfiristas de las que descendía la autora, así como los profundos cambios culturales que comenzaron a aflorar en México a mediados del siglo XX.

    Ante todo, la historia de María Esther Albanes –joven madre soltera y talentosa escritora– y Paco Macedo –tan talentoso como ególatra y conservador– señala las rígidas estructuras patriarcales que desde siempre han permeado a las instituciones culturales en Latinoamérica, dirigidas históricamente por élites clasistas, racistas y misóginas. Asimismo, da cuenta de la forma en que algunas mujeres pioneras, rebeldes –y sí, también, privilegiadas–, han peleado para ellas mismas (y para otras) unos espacios que antes eran ocupados de manera excluyente por hombres cortados con el insoportable molde del criollo ilustrado.

    Ficha técnica

    “… hay algo que me chinga: en todo lo que hacemos ella siempre está un poquito más adelante y sin esfuerzo, yo voy apenas a estrenar y ésta ya estrenó y hasta se sacó un premio, le ofrecieron hacer crítica en un suplemento y aceptó condicionalmente; la hará cuando tenga algo que decir. Si yo me saco ocho ella se saca diez, cuando yo voy terminando un examen ella ya lo firmó y lo entregó. Encima sabe cocinar, coser y cuidar niños, su hija parece un espejo de tan limpia y bien comportada. Y hasta tiene cara de alegría. Nadie, ningún hombre, ningún ser humano puede enfrentarse con una cosa así todos los días. Yo creo que su marido la echó a los tres meses o ella se fue del miedo a que la matara.”

    […]

    “Paco siempre iba a interpretar el mundo como le diera la gana, eso le había hecho el amor de su madre y de su tía, le habían regalado la realidad para hacerla y deshacerla a su antojo.”

    […]

    “–¿A ti cuándo te vino la crisis?
    –Ya lo sabes. Cuando me vi en camino de ser una ama de casa de veinte años, como si nunca fuera a pasar de esa edad. Fue una reacción de asco muy profunda y de rebeldía.”

    […]

    “Y en la actitud de María Esther se leía una percepción de todo esto, aún en forma poco expresada; también una especie de decisión: la de sobrevivir, la de defender el empleo de su tiempo, su libertad de movimiento, su capacidad de independencia.”

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