
Las cosas que perdimos en el fuego, 2016
Mariana Enriquez
Argentina
¿Por qué la elección?
El cuento que le da el título a una de las antologías más conocidas de la argentina Mariana Enriquez (1973), exponente por excelencia de la nueva literatura gótica latinoamericana, hace parte del conjunto de relatos de la autora que no habitan directamente el terreno de lo sobrenatural: en cambio, Las cosas que perdimos en el fuego es el tipo de narración que revela el horror latente en ciertas experiencias cotidianas, en hechos que parecen increíbles y que, sin embargo, tienen un lugar ominoso en el ámbito de lo real. Puede decirse, incluso, que este cuento está más cercano a la ciencia ficción que al terror habitual de Enriquez, por cuanto su argumento parte de un experimento mental, una hipótesis que tantea el límite de un fenómeno por desgracia habitual, ocasionado por aquella violencia machista cuyo resultado no es el exterminio definitivo, sino la anulación de los atributos físicos que remiten al estándar hegemónico y heteropatriarcal de “belleza”.
Hay una epidemia de ataques en Buenos Aires: cada vez son más las mujeres a las que sus parejas prenden fuego hasta dejarlas irreconocibles. Los ataques en sí no son nuevos, porque los hombres vienen quemando mujeres desde hace siglos; en este caso se trata, si mucho, de un fenómeno de contagio, como las oleadas de suicidios adolescentes. Lo que sí es nuevo es la respuesta que produce la epidemia, pues, ante el miedo y la indignación que genera esta violencia, muchas mujeres empiezan a reunirse de manera clandestina, en la ciudad y en la pampa, para encender hogueras e incinerarse ellas mismas; luego se cuidan amorosas las quemaduras y, las que no se mueren, salen a la calle y lucen desafiantes sus cicatrices elegidas.
Mediante esta hipótesis siniestra, Enriquez sugiere que una forma de enfrentar esa brutalidad patriarcal que atenta contra “la belleza” consiste, precisamente, en desmontar aquel ideal impuesto: crear nuevas bellezas, nuevas realidades en las que se equilibren las fuerzas entre los hombres y las “monstruas”.
Ficha técnica
“Y siempre, cuando terminaba de contar sus días de hospital, nombraba al hombre que la había quemado: Juan Martín Pozzi, su marido. Llevaba tres años casada con él. No tenían hijos. Él creía que ella lo engañaba y tenía razón: estaba por abandonarlo. Para evitar eso, él la arruinó, que no fuera de nadie más, entonces. Mientras dormía, le echó alcohol en la cara y le acercó el encendedor. Cuando ella no podía hablar, cuando estaba en el hospital y todos esperaban que muriera, Pozzi dijo que se había quemado sola, se había derramado alcohol en medio de una pelea y había querido fumar un cigarrillo todavía mojada.
—Y le creyeron –sonreía la chica del subte con su boca sin labios, su boca de reptil–. Hasta mi papá le creyó.”
[…]
“Cuando cayó el sol, la mujer elegida caminó hacia el fuego. Lentamente. Silvina pensó que la chica iba a arrepentirse, porque lloraba. Había elegido una canción para su ceremonia, que las demás –unas diez, pocas– cantaban: «Ahí va tu cuerpo al fuego, ahí va. / Lo consume pronto, lo acaba sin tocarlo.» Pero no se arrepintió. La mujer entró en el fuego como en una pileta de natación, se zambulló, dispuesta a sumergirse: no había duda de que lo hacía por su propia voluntad; una voluntad supersticiosa o incitada, pero propia.”