
Los combatientes, 2012
Cristina Morales
España
¿Por qué la elección?
Los combatientes es la primera novela publicada por la escritora y artista escénica granadina Cristina Morales (1985). Allí la autora se pone como personaje de un artefacto autoficcional que no termina de ser enteramente narrativo, pues por momentos toma forma de partitura —que no de dramaturgia tradicional—, acercándose a los dispositivos comunes del teatro posdramático y a los temas que más se le avienen: la crisis de sentido en las sociedades ricas, el aburrimiento, el cuerpo, la no representación, el apropiacionismo, la cultura pop.
El personaje de Cristina integra un grupo de teatro que monta una obra donde están los combatientes, esto es, actores que saltan a la comba (o al lazo) hasta agotarse y que también hacen otras cosas: tienen sexo en el escenario, cantan, leen discursos, en fin: hacen teatro contemporáneo y radical. Se trata, en todo caso, de una trampa, y no solo porque que no hay combatientes, sino porque además se insinúa un estallido que no estalla, una rebeldía inane, una falsa lucha. La obra es, así, un espejo de la juventud europea actual, que solo está dispuesta a defender su propia comodidad; prueba de ello es que el discurso más “incendiario” de la representación es, de hecho, un texto de Ledesma Ramos, ideólogo del falangismo (pero esto no lo dice la autora ni la novela; de nuevo, el sabotaje, el engaño poético).
Además de integrar ese grupo de “alienados contra el poder” (como se definen a sí mismos), el personaje de Cristina es también una escritora que se traiciona todo el tiempo en lo político, lo ético, lo poético y lo íntimo; una punkarra incómoda con las etiquetas paternalistas del establecimiento literario que insiste en parcelar un segmento del mercado con el rótulo de “literatura femenina”. Cristina es, pues, una sospechante culposa que hace públicas sus contradicciones para conseguir la “hamletada” (así la llama) de señalar en la ficción las cuotas de hipocresía y pusilanimidad de los medios biempensantes en los que ella se mueve.
Ficha técnica
“Yo se lo digo, que cuando me dice que a la señorita la deje en la puerta no sabe lo que dice. A él quien le gusta es la señorita, a la que se queda en la puerta no quiere ni olerla, a esa es que no quiero acercarme ni yo, a esa es a la que combato. La naturalidad la combato. Defiendo la mejor versión de mí misma para él y él va y me habla de naturalidad. Porque uno es en cada momento la versión de uno, no es uno mismo. Uno sólo es uno mismo cuando está muerto.”
[…]
“Y la frase de Pepe no me habría dado asco y yo no habría empezado a presumir sus trastornos sexuales si en lugar de decir pelitos hubiera dicho pelos, simplemente pelos, los pelos de mi trenza. Pero dijo pelitos, y esa guarrada diminutiva dicha a una desconocida no indica que te la quieras ligar por la vía guarra, indica que la quieres humillar.”
[…]
“Acogía cierto recelo por tratarse de una mesa feminizante feminizada fémina, porque a mí el feminismo no se me da bien y menos si viene de una institución pública, que se me da todavía peor. Lo que no me podía imaginar era que la mesa se llamara «Ellas también cuentan», y entonces los recelos se convirtieron en serias dudas sobre la pertinencia de que mi nombre figurara debajo de ese rótulo. Porque «Ellas cuentan» habría sido feminista casposo pero «Ellas también cuentan» era paternalista. Es curioso lo cerca que están el machismo paternalista y el feminismo casposo.”