
Los días del abandono, 2002
Elena Ferrante
Italia
¿Por qué la elección?
Cuando era una joven escritora, Olga creía superada la herencia de su madre y las demás mujeres involucradas en su crianza, a quienes consideraba amargadas y sin identidad; también repelía la figura de la “mujer rota” en los libros, ese ser abandonado a quien se le derrumba el mundo y pierde, incluso, la capacidad de un lenguaje sereno y claro, el cabal dominio de sus nervios. Poco después Olga se enamora, se casa, deja de escribir, de trabajar, tiene dos hijos, un perro, una casa, y años después su marido la abandona de repente, aduciendo como excusa una crisis de sentido, incapaz de reconocer el hecho más simple de que su amor se acabó y ahora le pertenece a otra mujer.
Los días del abandono, la segunda novela publicada por la autora italiana detrás del seudónimo de Elena Ferrante, narra el duelo de Olga tras su separación. Pero los días del abandono no son solo los meses de desconcierto, dolor, ira y aceptación en los que actúa de forma errática, ensimismada, disociada de su experiencia y de los demás —incluidos sus hijos—, cayendo, como ella misma afirma, en ninguna parte (“No había fondo, no había precipicio. No había nada”); no es solo que Olga experimente, por fin, la crisis que antes miraba con desdén, y que se convierta ella misma en una “mujer rota”; ciertamente, no son solo estos días, porque el abandono comenzó mucho antes: fue un abandono de sí, una dilatada renuncia a su tiempo y su energía en función de su familia, hasta que “familia” y “Olga” terminaron siendo la misma cosa.
En su desolación, la mujer comprende que la crisis que sigue al abandono de la pareja es solo la manifestación de un vacío antiguo y común a todas las mujeres a las que, como ella, les fue cooptada su identidad para provecho de instituciones caducas como el matrimonio y la familia patriarcales: madres, abuelas, vecinas abandonadas de sí mismas en quienes la misma Olga se reconoce, al fin, para recoger sus pedazos y habitar su propio tiempo; para empezar a construir su identidad de mujer sola.
Ficha técnica
“Desde entonces, nuestra vecina empezó a llorar todas las noches. Yo oía desde mi cama su llanto ruidoso, una especie de estertor que atravesaba las paredes como un ariete y que me aterrorizaba. Mi madre hablaba de ella con sus trabajadoras mientras cortaban, cosían y hablaban, hablaban, cosían y cortaban; entretanto, yo jugaba debajo de la mesa con los alfileres, el jaboncillo, y me repetía a mí misma lo que escuchaba, palabras que estaban entre la tristeza y la amenaza: cuando no sabes retener a un hombre lo pierdes todo, historias femeninas de sentimientos acabados.”
[…]
“El tiempo es un suspiro, pensé, hoy me toca a mí, y dentro de poco a mi hija. Le había ocurrido a mi madre, a todas mis antepasadas, quizá todavía les estuviera ocurriendo a ellas, y a mí al mismo tiempo, y seguiría ocurriendo.”
[…]
“Son mis hijos, me decía para convencerme, son mis criaturas. Aunque Mario los hubiese tenido con quién sabe qué mujer que se había imaginado; aunque yo me hubiese creído Olga al tenerlos con él; (...) aunque yo misma nunca hubiese sido aquella mujer y tampoco —ahora lo sabía— la Olga que había creído ser; Dios mío, aunque solo fuese un conjunto inconexo de lados, una selva de figuras cubistas ignota hasta para mí misma, aquellas criaturas eran mías, mis criaturas verdaderas nacidas de mi cuerpo, de este cuerpo.”