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  • Mi hermano femenino: Carta a la amazona, 1932

    Marina Tsvietáieva

    Rusia

    ¿Por qué la elección?

    Durante su exilio en Francia, tras la guerra civil que resultó en el triunfo de los bolcheviques en Rusia, la poeta moscovita Marina Tsvietáieva (1892-1941) entabló amistad con la escritora norteamericana Natalie Clifford Barney, quien le obsequió un ejemplar de su libro Pensamientos de una amazona. Se trata de un conjunto de epigramas con postulados sobre el feminismo, la sexualidad, la amistad, la vejez y la guerra, entre otros temas. Una parte central del libro aborda la figura de Safo de Lesbos, la poeta griega que inspiró la palabra con la que se designa la homosexualidad femenina —pues es sabido que Safo solía enamorarse de sus discípulas— y cuya obra más conocida gira en torno al abandono y la pasión no correspondida.

    Tras su lectura, Tsvietáieva elaboró una conmovedora respuesta para Clifford Barney, una larga misiva compuesta por fragmentos de notable experimentación formal, publicada póstumamente con el título de Mi hermano femenino: Carta a la amazona. Allí la autora confronta su propia bisexualidad y las razones que la llevaron, con todo, a vivir con convicción los roles de esposa abnegada y madre sacrificada, al punto de suicidarse después de que su marido fuera asesinado y su hija detenida a manos del régimen estalinista, y luego de haber sufrido, durante la guerra, la muerte por inanición de su segunda hija.

    Precisamente, para Tsvietáieva, la potencia de la maternidad, esto es, la posibilidad de tener un hijo del otro amado, fue la principal razón que tuvo para no explorar a fondo su interés por otras mujeres, y así lo planteó en su carta, cuyo centro es la referencia a un “hijo” que Clifford Barney apenas menciona y que, para ella, constituye el carácter trágico del lesbianismo: puesto que la unión de dos mujeres no puede prolongarse naturalmente en la reproducción, un abismo insondable se abre tras el fin del enamoramiento físico; de cara a ese abismo, pareciera haber solo dos desenlaces posibles: la muerte o el abandono, el mismo que sufrió Safo toda su vida.

    Ficha técnica

    “«Los amantes no tienen hijos». Sí, pero mueren. Todos. Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Aquiles y la Amazona, Sigfrido y Brunilda (esos amantes en potencia, esos desunidos-unidos, cuya desunión amorosa se sobrepone a la unión más completa…) Y otros… Y otros… En cada canto, en cada tiempo, en cada lugar… No tienen tiempo para ese devenir que es el niño, no tienen hijos porque no tienen porvenir, no tienen más que el presente que es su amor y su muerte, siempre presente.”

    […]

    “Mi niña, mi amiga, mi todo, y —su palabra genial, Señora, —mi hermano femenino; jamás: hermana. Parecería que la palabra hermana les diera miedo, como si pudiera reintegrarlas por fuerza en un mundo del que salieron para siempre.”

    […]

    “Es el único punto fallido, el único atacable, la única brecha en esa entidad perfecta que son dos mujeres que se aman. Lo imposible —no es resistir a la tentación del hombre, sino a la necesidad de hijo.”

    […]

    “Puesto que aun pudiendo un día tener un hijo sin él, nunca podremos tener un hijo de ella, una pequeña tú que amar.”

    […]

    “¡Sauce llorón! ¡Sauce desconsolado! ¡Sauce, cuerpo y alma de las mujeres! Nunca desconsolada del sauce. (...) Las aguas, los aires, las montañas, los árboles nos han sido otorgados para comprender el alma de los humanos, tan profundamente escondida. Cuando veo a un sauce desesperarse —comprendo a Safo.”

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