
Foto: Mamadi Doumbouya
Mis modelos de conducta, 2010
John Waters
Estados Unidos
¿Por qué la elección?
El cineasta y escritor estadounidense John Waters (1946) persigue con ahínco la belleza, pero no lo hace con la desesperación aséptica del esteta, sino con la lujuria del pornógrafo acompañada de una enorme inteligencia y un sofisticado pero siniestro sentido del humor. Cuando irrumpió ruidosamente en la industria cinematográfica, en la era dorada de las “midnight movies”, le otorgaron epítetos como “Sultán de la Suciedad” y “Pontífice del Trash”, entre otros, que Waters abrazó con gracia pero que, en últimas, descartaban como “feas” las realidades y las vidas que él exaltaba: las de los indecentes, los desviados, los inadaptados, seres llenos de defectos –algunos ciertamente condenables– pero empecinados en ser felices.
Tratándose, pues, de una autoridad y un referente en materia de trasgresiones, Waters se aboca en Mis modelos de conducta a reconstruir su canon personal y, como es de esperarse, lo que ofrece no es un compendio de nombres inapelables en la historia del arte, sino una especie de atlas de las disidencias, donde el influjo de los grandes artistas (Tennessee Williams, Little Richard, Denton Welch, entre muchos otros) se mezcla con la impresión que le dejan otros personajes menos notables y, por regla general, sumidos en el desastre: strippers, borrachos, criminales, realizadores de pornografía gay underground, marginales de todo tipo cuyas vidas relata con una conmovedora empatía y una consciencia terrible de que, tal vez por simple azar, él mismo no terminó en el infierno en que ellos han sido puestos –muchas veces a causa de la intolerancia, la exclusión y el miedo a la diferencia que es endémico en la sociedad norteamericana–.
Caminando grácil por una cuerda floja que lo haría caer en la banalización o en una peligrosa apología del mal, Waters elabora su inquietante autobiografía intelectual y emocional, reconstruyendo una vida intensa, dotada de una inusual curiosidad y vivida siempre bajo la espada de Damocles que separa lo “sublime” de lo “abyecto”.
Ficha técnica
“Mientras comenzaba a sentirme mal conmigo mismo por haberle tenido tanto aprecio a Zorro durante años, me doy cuenta en su defensa de que supongo que las madres lesbianas tienen el mismo derecho a ser malas madres que las hétero.”
[…]
“Sé que sus ojos no son tachos de basura, pero de alguna forma siento que es mi deber compartir los abismos de la depravación en los que algunos de nuestros hermanos perdidos hace rato han caído. Solo para que sepan que hay buenos pervertidos y mals pervertidos; como los copos de nieve, no hay dos iguales.”
[…]
“Una vez hayamos identificado y abrazado nuestra enfermedad, ¡tendremos fuerza! Y ahí es cuando nos volveremos peligrosos. Identifiquen los puntos de culpa en sus cuerpos y arránquenlos como si fueran hígados de pollo; esos que usan los evangelistas al pretender curar el cáncer en sus campamentos a través de cómplices infiltrados. ¿En qué parte del cuerpo sienten que no son dignos? ¿En su cabello? ¿Detrás de sus orejas? ¿En sus partes privadas? ¡Bueno, arránquenlas! ¡Hemos vuelto a nacer y no tenemos remordimientos! ¿Arrepentimientos? ¡Diablos, no! ¡SIN VERGÜENZA! ¡SIEMPRE RIENDO TODO EL TIEMPÓ!”