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  • Mugre rosa, 2020

    Fernanda Trías

    Uruguay

    ¿Por qué la elección?

    Cuando el presente es precario, inestable, catastrófico, el futuro es impensable y el pasado es como un anaquel enorme siempre a punto de venirse abajo, de derrumbarse encima de quien recuerda; una especie de no-tiempo que suspende toda interpretación, que niega toda reflexividad: mientras ocurre, la catástrofe impide discernir los comienzos de los finales: todo acaba al mismo tiempo que inicia. En Mugre rosa, novela con tintes de ciencia ficción de Fernanda Trías (1976), el desastre –ese presente precario– más evidente es ecológico: en una ciudad portuaria, unas algas tóxicas que pululan bajo el agua contaminan el aire y, cuando hay viento, la peste hace presa en los cuerpos y los desuella lentamente. La niebla invade las calles y no hay aves en el cielo; quienes no huyen deben encerrarse en sus casas, alimentándose sólo de embutidos, mugre rosa de la procesadora local.

    Una inquietante metonimia hace que equiparemos este escenario catastrófico con la propia vida de la narradora, que, por el hecho de habitar un presente inestable, es ella misma pura exterioridad, poco más que la superficie de las cosas que le suceden, un mientras-tanto que se aferra a su memoria y sus ausencias, incapaz de entender si lo que ocurre es el final o el inicio de todo. Adentro y afuera son, pues, la misma cosa: la ciudad vacía, el desastre tóxico, el viento rojo, el agua amenazante, la niebla, también hacen parte del continente afectivo de la protagonista sin nombre.

    Mientras todo se derrumba de manera ampulosa, aquella mujer lucha por mantener en suspenso su precaria identidad, con apegos igual de tóxicos a las algas y ausencias tan ominosas como la de los pájaros. Una madre obstinada e implacable; una expareja narcisista y autodestructiva; un niño enfermo que no puede parar de comer; éste es el presente de aquella mujer que, a pesar suyo, resiste hasta convertirse en la última habitante de la ciudad de la peste, hasta que el final de todo es, al mismo tiempo, el comienzo de todo.

    Ficha técnica

    “Yo siempre había confundido el miedo con el amor, ese terreno inestable, esa zona de derrumbe.”

    […]

    “No me resulta fácil describir el tiempo del encierro, porque si algo caracterizaba el encierro era esa sensación de no tiempo. Existíamos en una espera que tampoco era la espera de nada concreto. Esperábamos. Pero lo que esperábamos era que nada pasara, porque cualquier cambio podía significar algo peor. Mientras todo siguiera quiero, yo podía mantenerme en el no tiempo de la memoria.”

    […]

    “¿Cómo es la paradoja de que para rendirse primero hay que soltar, pero que no es al soltar que uno se rinde? Max pudo soltar hasta la compasión por sí mismo; yo me sentía una especie de pulpo prehistórico, aferrada a todo lo que alguna vez había tenido.”

    […]

    “La abracé de todos modos, y al hacerlo me pregunté qué sería lo que siempre había buscado en ella. Al final, Max y mi madre se parecían bastante. Años, casi mi vida entera esperando, mendigando, ¿qué? No es que ellos se negaran a darme algo, sino que simplemente no lo tenían, y yo, empecinada, seguía tanteando a ciegas dentro de un pozo vacío.”

    […]

    “Quiero detenerme aquí, en este instante, acercarme a él todo lo que pueda. ¿Por qué? Porque hasta ese minuto (y no al siguiente) todo seguía en su lugar. Un lugar precario, sí, un lugar poco deseable, insuficiente, pero yo me había ido acostumbrando a ese orden. Había aprendido a soportarlo.”

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