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  • Tengo miedo torero, 2001

    Pedro Lemebel

    Chile

    ¿Por qué la elección?

    Pobre, comunista y maricón: así se refería a sí mismo el escritor y artista chileno Pedro Lemebel (1952-2015). Desde ahí afirmaba su radical diferencia, esa triple marginalidad que, en muchos sentidos, parecía irreconciliable. «Yo no voy a cambiar por el marxismo / Que me rechazó tantas veces / No necesito cambiar / Soy más subversivo que usted», declara en el manifiesto personal que leyó desafiante ante una asamblea de partidos de izquierda en 1986, en plena época del dictador Pinochet, montado en tacones altos y con el rostro adornado por una hoz y un martillo. Ya desde entonces, avizorando el arribo de la democracia, Lemebel denunciaba que la caída de la dictadura no suponía, ni de lejos, el final de todas las opresiones: allí seguiría indemne la violencia del patriarcado, del machismo que atraviesa transversalmente a la sociedad y que, en esa época, aún permanecía incuestionado en buena parte de los sectores de izquierda.

    Es justamente en el Santiago de 1986 donde se sitúa Tengo miedo torero, la única novela del autor. En septiembre de ese año tuvo lugar el atentado contra Pinochet por parte de la guerrilla del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Lemebel se basa en ese hecho para inventar su historia de amor no correspondido entre la “Loca del Frente”, narrador de la novela, homosexual cuarentón de la periferia santiaguina, y un joven guerrillero de clase media que se presenta como “Carlos”. Este último enamora al protagonista para hacer de su casa el centro donde se planea el atentado, mientras la “Loca del Frente” se deja engañar a cambio de una ilusión melodramática, a la medida de una vida llena de carencias.

    De este modo, Lemebel hace coincidir fugazmente las dos clandestinidades que definieron su existencia y que, por momentos, fueron contradictorias: la del militante de izquierda en una dictadura y la del marica en una sociedad machista y conservadora. «Dos historias que apenas se dieron la mano en medio de los acontecimientos», como bien diría la “Loca del Frente”.

    Ficha técnica

    “Pero aunque el cuento había logrado excitarla hasta la punta de las pestañas postizas, aunque varias veces mientras Carlos hablaba cruzó la pierna para disimular la erección de su estambre coliflor, algo de todo aquello le pareció chocante. Y no era por moral, ya que ella guardaba miles de historias más crudas donde la sangre, el semen y la caca habían maquillado noches de lujuria. No era eso, pensó, es la forma de contar que tienen los hombres. Esa brutalidad de narrar sexo urgente, ese toreo del yo primero, yo te lo pongo, yo te parto, yo te lo meto, yo te hago pedazos, sin ninguna discreción. Algo de ese salvajismo siempre la había templado gustosa con otros machos, no podía negarlo, era su vicio, pero no con Carlos, tal vez porque la pornografía de ese relato la confundió logrando marchitarle el verbo amor. Si, por último, sólo había sido una tierna historia de dos niños en una playa desierta buscando sexo, ocultos de la mirada de Dios.”

    […]

    “Porque las lágrimas de las locas no tenían identificación, ni color, ni sabor, ni regaban ningún jardín de ilusiones. Las lágrimas de una loca huacha como ella nunca verían la luz, nunca serían mundos húmedos que recogieran pañuelos secantes de páginas literarias. Las lágrimas de las locas siempre parecían fingidas, lágrimas de utilería, llanto de payasos, lágrimas crespas, actuadas por la cosmética de la chiflada emoción.”

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