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  • Tienes que mirar, 2017

    Anna Starobinets

    Rusia

    ¿Por qué la elección?

    Por supuesto, no hay una escala de validez o legitimidad en las razones que cualquier mujer tenga para abortar, ni una medida justa para ponderar su sufrimiento; no obstante, los casos de aquellas que esperan con ilusión a su hijo o hija, que se preparan para ello y que, por malformaciones congénitas, deben tomar la decisión de interrumpir su embarazo, sin duda revisten especial complejidad, pues allí se condensa de manera radical el dilema ético común a todas las mujeres que, invocando la necesaria autonomía sobre su propio cuerpo, tienen que atravesar ese drama inexpugnable para la sociedad patriarcal.

    Ahora bien, para cualquiera será un trance mucho más difícil si, encima, le toca en suerte habitar un país retrógrado, donde la legislación y la cultura en general —y los hábitos y las prácticas del sistema sanitario en particular— obstaculizan estos procedimientos y deshumanizan la experiencia de las mujeres que deciden abortar, reforzando la creencia absurda de que se trata de una decisión vergonzante que, aún siendo legal, debe asumirse con un alto grado de culpa y sufrimiento.

    La escritora rusa Anna Starobinets (1978), autora de novelas y cuentos de terror y ciencia ficción, narra en Tienes que mirar su experiencia personal de cuando, en 2012, tuvo que interrumpir su embarazo de 16 semanas por una patología letal en los riñones de su hijo. Allí, además del dolor, se enfrenta a un sistema de salud detenido en el tiempo, anclado en procedimientos de la época soviética (desde su infraestructura hasta sus profesionales más jóvenes), absolutamente desinteresado por la salud mental de sus pacientes. Anna, sin embargo, tiene el desigual privilegio de huir de Moscú y practicar su aborto en Berlín, donde la tratan con un grado mínimo de dignidad, y por ello escribe ese relato: para afirmar, una vez más, que las políticas públicas sobre el aborto deben cambiar en todo el mundo y que las prácticas médicas deben humanizarse para todos y todas, siempre, en todas partes.

    Ficha técnica

    “Yo me paso el día tirada, llorando, y él, como el lobo de aquel primitivo videojuego, recoge todos los huevos y llena todas las cestas. Está conmigo. Pero el niño de los riñones enormes no está dentro de él, está dentro de mí. Es a mí a quien le tocará matarlo en un futuro muy próximo. O será a mí a quien le tocará seguir con el embarazo y alumbrar al niño. Y verlo morir.”

    [...]

    “Si el pronóstico es desfavorable, si estos niños no sobreviven, entonces el nene se convierte en un feto con malformaciones, en una calabaza podrida, y la futura mami, en rata. Todas estas clínicas. Con sus globos, con sus revistas Tu bebé, con sus fotografías de recién nacidos, con sus sujetadores premamá. Ninguna de ellas es para ratas. Las ratas que se vayan por la puerta trasera. Que se escondan por el sótano. Por la puerta principal entra aquella que está esperando un bebé. Entra la futura mami. Yo, sin embargo, no espero, ya no espero a nadie. Soy simplemente una rata.”

    [...]

    “La muerte nace con el primer empujón, en silencio. Y con ella mi niño. No grito y él tampoco grita. Tengo los ojos cerrados. Él, probablemente, también.”

    [...]

    “Pasados diez minutos alcanzo a comprender que el niño y yo ya no somos un todo. Yo vivo y él ha muerto. Es él, y no yo, quien no respira y no siente su piel… Es él quien yace solo ahora, en el frío, con la cara tapada. Nadie lo conoce. Nadie lo necesita. Nadie lo ha abrazado.”

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