¿Por qué la elección?

El variado repertorio de obras–happenings, performances, instalaciones, esculturas– con el que Marta Minujín buscó la interacción con el público hicieron de ella una de las artistas experimentales más relevantes de la Argentina y la región. Su rechazo a la identificación de su obra con el feminismo a menudo clausuró lecturas de su producción, pero sus obras hicieron eco de discusiones cruciales de la segunda mitad del siglo XX y contribuyeron a instalar la sexualidad, el cuerpo, el rol de la mujer, y las imágenes construidas en torno a ella, en el centro del debate público.

La Menesunda, una de sus obras culmen, se presentó en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires en 1965. La instalación creaba una sucesión de espacios con materiales que estimulaban la percepción de los espectadores y los invitaban a formar parte. Problematizando el paradigma del arte más tradicional, Marta Minujín y Rubén Santantonín hicieron una obra que desafió los límites de lo que hasta ese entonces se consideraba arte. Como en un laberinto, se ingresaba en los espacios en los que había situaciones diversas. Lo que se buscaba era hacer de la experiencia un momento de reflexión, producir, a través de la introducción de elementos disruptivos, un espacio de pensamiento.

Una de las habitaciones de la instalación proponía ingresar al interior de la cabeza de una mujer: una sala rosa pastel con las paredes recubiertas de espejos, labiales, esmaltes y una variedad de materiales suaves y sofisticados. Dos mujeres –maquilladoras profesionales– activaban la cabeza femenina dando masajes y maquillando a los visitantes. El espacio buscaba transmitir un ideal femenino asociado a lo sutil, lo delicado, lo bello y lo atractivo. Minujín tensiona así los estereotipos reproduciendo y cuestionando imágenes paradigmáticas y su Menesunda ocupa un lugar primordial en las reflexiones de la década de los sesenta alrededor de la la sujeción de las mujeres a los estándares de belleza.