
La Ciudad de las Damas, 1405
Cristina de Pizán
Francia
¿Por qué la elección?
A comienzos del siglo XV, previo al Renacimiento y en medio del gran cisma de la Iglesia Católica, en Europa occidental comenzó a darse un tímido escarceo intelectual que desafiaba la autoridad —hasta entonces inapelable— de clérigos y filósofos escolásticos, privilegiando de manera poco metódica la observación y la experiencia propia como vías para alcanzar el conocimiento. Esta actitud crítica fue incentivada en Cristina de Pizán (1364-1431) desde muy pequeña por su padre Tommaso, astrólogo y físico de la corte de Carlos V de Francia. La inusual erudición de Cristina, sumada a su temprana viudez, hicieron de ella un caso excepcional en París, puesto que, para sostener a su familia tras la muerte de su esposo, se dedicó a la escritura de libros de corte moralista, trabajo reservado tradicionalmente para los hombres.
Ya consolidada en su labor, la autora tiene la libertad suficiente para componer La Ciudad de las Damas, que concibe como respuesta a esa larga tradición de pensamiento que, hasta el día de hoy, tanto en libros satíricos como en tratados de religión y moral, retrata a las mujeres como personas naturalmente inferiores, cortas de entendimiento y con una irremediable inclinación hacia el vicio y la iniquidad. En contraste, Cristina advierte que nadie ha escrito hasta ese momento una historia de las mujeres, ni siquiera un texto que permita apreciar las aportaciones que ellas han hecho a eso que el mundo tardomedieval entiende como “civilización”. A lo sumo, el único precedente es el De claris mulieribus de Boccaccio, que no pasa de ser un compendio insuficiente de nombres de mujeres notables.
Cristina se propone, pues, llenar ese vacío: compone un relato en el que ella misma es la protagonista y donde, asistida por tres damas que la visitan en su estudio (Razón, Derechura y Justicia), construye en el papel una ciudad habitada por todas las mujeres reales o imaginarias que han tenido un rol destacado en la historia, ya sean diosas, guerreras, dirigentes, sabias o santas.
Ficha técnica
“Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados. No es que sea cosa de un hombre o dos (...), sino que no hay texto que esté exento de misoginia. Al contrario, filósofos, poetas, moralistas, todos —y la lista sería demasiado larga— parecen hablar con la misma voz para llegar a la conclusión de que la mujer, mala por esencia y naturaleza, siempre se inclina hacia el vicio. (...) Este solo argumento bastaba para llevarme a la conclusión de que todo aquello tenía que ser verdad, si bien mi mente, en su ingenuidad e ignorancia, no podía llegar a reconocer esos grandes defectos que yo misma compartía sin lugar a dudas con las demás mujeres. Así, había llegado a fiarme más del juicio ajeno que de lo que sentía y sabía en mi ser de mujer. (...) Abandonada a estas reflexiones, quedé consternada e invadida por un sentimiento de repulsión, llegué al desprecio de mí misma y al de todo el sexo femenino, como si Naturaleza hubiera engendrado monstruos.”
[…]
“Coge ya tu pluma como si fuera una pala de allanar el mortero y date prisa para llevar a cabo con ardor esta obra.”
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“¡Qué felices vivirán las damas de nuestra ciudad! No tendrán que temer ser expulsadas por ejércitos extranjeros, porque la obra que hemos ido construyendo tiene una propiedad especial, la de ser inexpugnable. Ahora empieza la era del Nuevo Reino de Femeneidad, muy superior al antiguo reino de las amazonas, porque las damas que habiten aquí no tendrán que marcharse para concebir y dar a luz a nuevas herederas que mantengan sus posesiones y perpetúen su linaje. Quienes se alojen aquí, ahora, vivirán en esta Ciudad eternamente.”