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  • Foto: Mitch Bach

    Apegos feroces, 1987

    Vivian Gornick

    Estados Unidos

    ¿Por qué la elección?

    Hija adelantada de la generación silenciosa, feminista desterrada de un medio intelectual dominado por hombres, periodista y ensayista de refinado instinto narrativo, Vivian Gornick (1935) se ha convertido en los últimos años en una de las representantes de una lucha que parece vieja pero que no acaba de resolverse nunca: en el horizonte de las reivindicaciones pendientes de las mujeres, la lucha contra la herencia de las “madres patriarcales” es, sin duda, una de las más complejas y dolorosas. Y lo es porque prolonga la estela de las violencias hasta un punto neurálgico de la educación sentimental (y aún más: de la formación ética, estética y política) de las mujeres. El mundo de las relaciones de las hijas con sus madres, evocado desde la adultez, parece estar poblado únicamente por mujeres casi siempre infelices.

    Apegos feroces es una autobiografía emocional de Gornick que examina los hechos de su vida a la luz del reflejo distorsionado que le devuelve su madre; es, también, un estudio detallado de los efectos duraderos de una crianza patriarcal en la vida de una mujer, de cualquier mujer, incluso de la más combativa, como lo es esta autora neoyorquina y judía. No es sorprendente, pues, que tuvieran que pasar más de 30 años para que se convirtiera en un fenómeno editorial, ya que sus dilemas resuenan en un público cada vez más amplio, compuesto por personas que luchan ferozmente contra una herencia violenta que se manifiesta incluso en los espacios más íntimos de la sociabilidad.

    Ficha técnica

    “La relación con mi madre no es buena y, a medida que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora. Estamos atrapadas en un estrecho canal de familiaridad, intenso y vinculante: durante años surge por temporadas un agotamiento, una especie de debilitamiento, entre nosotras. Después, la ira brota de nuevo, ardiente y clara, erótica en su habilidad para llamar la atención.”

    “En el vocabulario de mi madre no existía el amor como tal, sólo el Amor. Un sentimiento elevado, de naturaleza espiritual y tinte moral. Por encima de todo, un sentimiento que resultaba inconfundible cuando se hallaba presente e igualmente inconfundible cuando se hallaba ausente. «Una mujer sabe si ama a un hombre», decía. «Si no está segura, es que no lo ama». Estas palabras llegaban hasta mí como venidas desde la cumbre del Sinaí.”

    “Nos damos cuenta de nuestra común incapacidad y nos convertimos en lo que de verdad somos: dos mujeres con inhibiciones sorprendentemente similares unidas en virtud de haber vivido una dentro de la esfera de la otra casi la totalidad de nuestras vidas.”

    “Mi sitio estaba con mamá. Con ella la cosa estaba clara: me costaba respirar, pero me sentía segura.”

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