
El baile, 1930
Irène Némirovsky
Rusia / Francia
¿Por qué la elección?
Vanidosa, frívola, hiriente, competitiva, egoísta, esa es la descripción de Rosine Kampf, la madre de El baile, y es también la descripción de varias de las mujeres en las obras de Irène Némirovsky. No podría ser de otra manera: en una entrada de su diario personal de 1934, Némirovsky escribía: “Encuentro con claridad la imagen de mi madre. Es llamativo cómo hasta hoy no puedo escribir ese nombre sin odio”. Con esta frase, que demuestra el carácter perdurable de la ficción autobiográfica, El baile y varias de sus otras novelas se revelan como relatos ficcionales de su propia vida, en especial del difícil y doloroso vínculo con su madre.
El baile relata un episodio de una familia judía, enriquecida de manera rápida, que busca por todos los medios obtener el esquivo reconocimiento de la alta sociedad francesa del momento. En esa búsqueda, la pareja decide ofrecer un gran baile en el que seducirían con su riqueza a quienes les negaban el tan anhelado lugar social. Antoinette, la hija de 14 años de la pareja, desea ir al baile, pero la madre, que ve en su hija una amenaza para su auge y percibe en el florecimiento de la adolescente el inicio de su propia decadencia, le prohíbe asistir. Esta mezquindad dará lugar a la memorable venganza central en El baile.
En un prodigio de la síntesis, en muy pocas páginas, El baile no solo da cuenta del arribismo social, de la ansiedad aspiracional de este grupo social en el período de entreguerras, sino que además, y sobre todo, retrata la complejidad femenina y altera el relato de la relación madre-hija. Con una profundidad psicológica asombrosa, describe la infamia y luego el momento en el que se cobran las deudas y se reestablece el orden. Y, al final, en una especie de síntesis integradora y reveladora del sentido último de la vida humana, con un solo gesto une de nuevo esas dos vidas: la que ve la luz y la que se “hundirá en la sombra”.
Ficha técnica
“En otro tiempo, cuando Antoinette era más pequeña, su madre la sentaba a menudo sobre las rodillas, la apretaba contra su pecho, la acariciaba y abrazaba. Pero eso Antoinette lo había olvidado. En cambio, en lo más profundo de su ser conservaba el sonido, los estallidos de una voz irritada pasando por encima de su cabeza, «esta niña que está siempre encima de mí», «¡otra vez me has manchado el vestido con los zapatos sucios!, ¡al rincón, así aprenderás, ¿me has oído?, pequeña imbécil!». Y un día... por primera vez, un día había deseado morir. Ocurrió en una esquina, en medio de una regañina; una frase encolerizada, gritada con tal fuerza que los viandantes habían vuelto la cabeza: «¿Quieres que te dé un guantazo? ¿Sí?», y la quemazón de una bofetada. En plena calle. Tenía once años y era alta para su edad. Los viandantes, las personas mayores, eso no significaba nada. Pero en aquel instante unos chicos salían del colegio y se habían reído de ella al verla. «Y ahora qué, niña» ¡Oh!, aquellas risas burlonas que la habían perseguido mientras caminaba, la cabeza gacha, por la oscura calle otoñal. Las luces danzaban a través de sus lágrima.”