
El cuarto de Giovanni, 1956
James Baldwin
Estados Unidos
¿Por qué la elección?
Hacia mediados de la década de 1950, cuando en Estados Unidos comenzaba a tomar forma el movimiento por los derechos civiles, la escritura de un joven James Baldwin (1924-1987) prometía, desde su exilio autoimpuesto en París y con una sola novela publicada (Ve y dilo en la montaña), encabezar una corriente estética que aupara las luchas en contra de la segregación y el racismo estructural en la sociedad norteamericana, y a favor del empoderamiento y la autoaceptación por parte de la población negra.
Por ello, en su empeño por afianzarlo como una voz del “nuevo hombre negro”, los editores estadounidenses de Baldwin se negaron a publicar su segunda novela, El cuarto de Giovanni, protagonizada por un joven blanco bisexual de clase media-alta en disputa consigo mismo, temiendo un rechazo generalizado en el nicho de lectores que el autor había conseguido hacerse con su primer libro, pues ni siquiera las reivindicaciones negras daban lugar, en ese momento, a la confrontación de un modelo de masculinidad heteronormada (narcisista incluso en lo que toca a una forma más o menos institucionalizada de homosexualidad, esencialmente machista y misógina) que Baldwin retrata en el libro –por acción y omisión– en toda su chocante ambigüedad, tanto más complicada por cuanto decidiera excluir deliberadamente la relación entre machismo y racialización que él mismo tuvo que sufrir en su país, argumentando más tarde que, siendo tan joven, se sintió incapaz de afrontar ambos problemas en una sola obra.
El cuarto de Giovanni es, pues, incluso por motivos extraliterarios, un referente obligado de la literatura queer norteamericana de mediados del siglo XX, compuesta por un puñado de relatos en los que la vergüenza, el miedo, la discriminación y las tensiones con la moral puritana atraviesan transversalmente la búsqueda de la propia identidad, truncándola en muchos casos y condenando a las personas –como David, protagonista de la novela– a una irredimible soledad.
Ficha técnica
“Siento que deben perdonarme, quiero que ella me perdone. Pero no sé cómo anunciar mi crimen. Mi crimen, de alguna curiosa manera, consiste en ser un hombre y ella ya lo sabe.”
[…]
“Pero si yo hubiera podido sentir ternura, y si él la hubiera visto en mis ojos, de nada habría servido, porque la ternura, para los muchachos que yo estaba condenado a mirar, es mucho más aterradora que la lujuria.”
[…]
“–Para una mujer –contestó Hella–, un hombre es siempre un desconocido. Y hay algo atroz en estar a merced de un desconocido.”
[…]
“El cuerpo en el espejo me obliga a darme vuelta, a mirar. Yo veo mi cuerpo, que está bajo sentencia de muerte. Es esbelto, duro, frío, la encarnación de un misterio. Y no sé qué se mueve en ese cuerpo, qué busca este cuerpo. Está atrapado en un espejo como está atrapado en el tiempo y se precipita hacia la revelación.”