
Los recuerdos del porvenir, 1963
Elena Garro
México
¿Por qué la elección?
Además del ya conocido ostracismo al que estuvo sujeta durante su matrimonio con Octavio Paz, quien no consentía que nadie le hiciera sombra, y de su cada vez menor pero aún generalizada falta de reconocimiento como pionera del realismo mágico, la mexicana Elena Garro (1916-1998) adolece, también, de un relativo olvido de su figura como una de las primeras narradoras latinoamericanas en abordar la violencia política –y el patriarcalismo que la atraviesa– desde una mirada específicamente femenina. Su novela Los recuerdos del porvenir retrata con poesía y crudeza la desazón del México rural de la Guerra Cristera de los años veinte, donde la promesa de cambio de la revolución maderista se vio rápidamente cooptada por la inercia inveterada del saqueo, la usurpación y la acumulación de tierras por parte de las élites, en colusión con los poderes políticos y militares de turno.
Desde un lugar fuera del tiempo, vagando por una memoria tumultuosa y circular, el desconsolado pueblo de Ixtepec –personificado como narrador de la novela, testigo de excepción de todo lo que ocurre en sus calles y casas– intenta reconstruir los hechos que lo llevaron a quedarse detenido y olvidado para siempre. Desde la llegada del general Francisco Rosas, pacificador del nuevo orden que se configuró tras la revolución traicionada, Ixtepec quedó sumido en un letargo que solo se rompía con “el espejismo ineficaz de la violencia, y la crueldad se ejercía con furor sobre las mujeres, los perros callejeros y los indios”.
El horror de la tiranía de aquel patriarca, dueño de la vida y la muerte en Ixtepec, es narrado a través de la experiencia de sus habitantes, que le temen y le admiran pero también conspiran en su contra. Garro se ocupa especialmente de las mujeres: madres e hijas de familias criollas, viejas cristeras, curanderas, prostitutas y “queridas” de los militares, y así completa el rompecabezas del poder que suele aparecer mutilado en otros relatos, donde solo hay hombres intrigando entre ellos.
Ficha técnica
“Ella no respondió. Así llamaron a la puerta de su casa aquella noche: «Anda, Antonia, ve a ver quién llama a estas horas» dijo su padre. Ella abrió la puerta y vio unos ojos fulgurantes que le echaron una cobija a la cabeza, la envolvieron, la levantaron en vilo y la arrancaron de su casa. Eran muchos hombres. Ella oía las voces. «¡Pásamela rápido!» Unos brazos la entregaron a otros, la subieron a un caballo. A través de la manta sintió el calor del cuerpo del animal y del cuerpo del hombre que se la llevaba.”
[…]
“Pero ella no olvidó y en su memoria seguían repitiéndose los gestos, las voces, las calles y los hombres anteriores a él. Se encontró frente a ella como un guerrero solitario frente a una ciudad sitiada con sus habitantes invisibles comiendo, fornicando, pensando, recordando, y afuera de los muros que guardaban al mundo que vivía adentro de Julia estaba él. Sus iras, sus asaltos y sus lágrimas eran vanas, la ciudad seguía intacta. «La memoria es la maldición del hombre», se dijo, y golpeó el muro de su cuarto hasta hacerse daño.”
[…]
“«¡En boca cerrada no entran moscas!» Aquella frase repetida a cada instante marcó su infancia, se interpuso entre ella y el mundo, formó una barrera infranqueable entre ella y los dulces, las frutas, las lecturas, los amigos y las fiestas. La inmovilizó. Recordaba a su padre y a su abuelo hablando sobre lo insoportables que eran las mujeres por habladoras y repitiéndosela a cada instante y así los juegos terminaban antes de empezar. «¡Chist! ¡Cállate, recuerda que en boca cerrada no entra mosca!» Y Conchita se quedaba de este lado de la frase sola y atontada, mientras su abuelo y su padre volvían a hablar interminables horas sobre la inferioridad de la mujer.”