
Papi, 2014
Rita Indiana
República Dominicana
¿Por qué la elección?
La figura del capo mafioso que, desde los años setenta, se asocia con los jefes del narcotráfico latinoamericano y con el comercio ilegal de drogas en Estados Unidos y Europa, da continuidad a la larga tradición del mito patriarcal del bandido-héroe: el hombre forajido y aventurero que goza de la admiración popular, por más sanguinario que sea (o quizá, en parte, por ello mismo), y encarna las aspiraciones y fantasías de las capas sociales tradicionalmente expoliadas. Hombres que, como Odiseo, enfrentan a los dioses –en este caso, a las élites políticas y económicas– mediante el engaño y la violencia, y que se cobran los réditos de sus gestas con los signos de distinción propios de los patriarcas: mujeres, prole, bienes y personas deudoras de su generosidad. La devoción por estos personajes es tan grande que, en muchos casos, cuando son abatidos, se les eleva a la condición de santos populares.
En su novela Papi, la dominicana Rita Indiana (1977) combina esta forma de adoración con otra que también deviene de la cultura patriarcal, a saber: la idealización femenina del padre. Por ello en este libro no vemos la violencia concreta sobre la cual el mafioso erige su poder, sino que, al ser retratado por una niña que ingresa a su adolescencia, se nos muestra como un ser fantástico que se asemeja más a un mesías benévolo, idolatrado por los hombres y amado por las mujeres.
El papi de Indiana es ubicuo y omnipotente: obra todo tipo de milagros y cumple los deseos más abyectos. “Los poderes de papi florecen cuando el espíritu de los deseantes vibra al máximo”, dice la niña cuando él ya es un santo (tres balazos como los clavos de Cristo, según su madre) y ella oficia como apóstol de su poder en la tierra, aguardando su regreso de entre los muertos. Porque, sin importar lo que pase, ella siempre está esperando a papi; no ha dejado de hacerlo desde que él le prometió que la llevaría a la playa. Mientras tanto va creciendo, y el fantasma del padre por fin el sepultado con el abrazo materno.
Ficha técnica
“Luego con la cabeza debajo de la almohada trato de imaginarme en qué parte de «al doblar la esquina» está papi y cómo es esa esquina y cómo hay que hacer para doblarla.”
[…]
“… mami pedía que el pelo se me pusiera malo como el de los prietos para que los malditos piojos se enredaran en un afro y perecieran asfixiados. (…)
Y fue por esto que me cortaron el cabello como a un varón.
Y fue por eso que cuando jugábamos al papá y a la mamá mis amiguitas querían que yo fuera el papá.
Y fue por eso que me le subí encima a Natasha debajo de su cama.
(Y a Mónica y a Sunyi y a Renata y a Jessy y a Franchy y a Zunilda y a Ivecita)”
[…]
“Ustedes son así, bruticos, burlones, cínicos, barrigoncitos, buchúos, criticones, fanáticos, crueles, capaces de un amor que todo lo perdona y todo lo engrandece. Con mal gusto, sin él, con tantas cadenas y novias que ya ni se les ven, que ya son, ustedes, sus novias y sus indumentarias, una sola cosa.”
[…]
“A veces papi me lleva a sus comidas de negocios que son comidas en restaurantes en los que sus socios piden langostas que destrozan sin ayuda de un alicate y se ríen más duro que todo el mundo en el restaurante escupiendo partículas de marisco en el cristal de mis lentes cuando vuelve a empezar la carcajada y golpean la mesa con el puño y se aflojan la correa y el botón del pantalón cuando han terminado de comer y cuando pasa una muchachita que todavía no usa brasier dicen qué pezoncitos, y papi dice la niña, la pinta y la santa maría para que se acuerden de que estoy ahí, para que se acuerden de que yo también tengo pezoncitos.”