
Sus ojos miraban a Dios, 1937
Zora Neale Hurston
Estados Unidos
¿Por qué la elección?
Previo al estallido de manifestaciones artísticas que, a mediados del siglo XX, surgió en el seno del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, tuvo lugar en Nueva York, hacia los años veinte y treinta, el llamado “Renacimiento de Harlem”: un conjunto de expresiones que reivindicaban las formas de sentir, pensar y actuar de las comunidades racialmente segregadas, abarcando desde la música y el teatro hasta la moda y las ciencias sociales. Igualmente, antes de que nombres como Toni Morrison y Maya Angelou irrumpieran en el panorama literario de los setenta, ya la etnógrafa, documentalista y narradora afroestadounidense Zora Neale Hurston (1891-1960) se destacaba por sus historias, en las que retrataba las costumbres, creencias, estereotipos y desigualdades de las poblaciones negras del sur y el Caribe, con un enfoque particular en la vida y la sensibilidad de las mujeres.
Y aunque las mismas inequidades que evidenciaba en sus escritos la llevaron a morir en la pobreza, enterrada por años bajo una lápida sin nombre, Hurston llegó a alcanzar cierto éxito comercial y algún prestigio en el ámbito intelectual del “Renacimiento de Harlem”, especialmente por el libro de crónicas Mulas y hombres y por la novela Sus ojos miraban a Dios, de la que Alice Walker afirmó que se trata de la «historia más sexual y sensual de amor entre negros».
Situada en los pueblos segregados de Florida, la novela sigue la vida de Janie, una mujer que rechaza la idea tradicional de que el matrimonio brinda una necesaria seguridad a cambio de una obediencia irrestricta; en cambio, insiste hasta muy adulta en encontrar un vínculo más igualitario. Al narrar la historia de amor entre Janie y el joven Tea Cake, Hurston no ignora, con todo, las violencias machistas estructurales de su propia comunidad, como tampoco las violencias racistas a las que son sometidas las poblaciones negras; por ello afirma que, siendo la sirvienta de su esclavizado marido, “la mujer negra es la mula de carga de este mundo”.
Ficha técnica
“Todo el día trabajando por el dinero, toda la noche luchando por el amor. La tierra negra y rica pegándose a los cuerpos y mordiendo la piel como miles de hormigas.”
[…]
“Todos los dioses que reciben homenajes son crueles. Todos los dioses dispensan sufrimientos sin motivo. De otro modo no serían adorados. Por medio del sufrimiento indiscriminado, conocen los hombres el miedo y el miedo es la más divina emoción. Es la piedra para los altares y el principio de la sabiduría. Los semidioses son honrados con vino y con flores. Los dioses verdaderos exigen sangre.
La señora Turner había construido, como tantos otros creyentes, un altar en honor de algo inalcanzable: rasgos caucásicos para todos. Su dios podía golpearla con violencia, lanzarla desde las cimas más altas, abandonarla en los desiertos, y ella no se apartaría de que, de algún modo, a través de la adoración, ella y los demás podrían alcanzar el paraíso que tanto deseaba: un cielo de ángeles blancos y de pelo liso, labios finos y nariz recta. Las imposibilidades físicas no eran obstáculo alguno para la fe.”
[…]
““Antes de que concluyera la semana le había pegado a Janie. No porque la conducta de Janie justificara sus celos, sino para aliviar el pánico que sentía en su interior. Ser capaz de pegarle le reafirmaba en su posesión. No fue una paliza brutal en absoluto. Se limitó a darle unos bofetones para demostrarle quién era el amo.”